Santo Domingo, República Dominicana.- Sin saber que el lunes 9 de marzo del presente año sería un día de tormento y tristeza para ella y su familia, Dorka Jáquez Peguero participaba junto a un grupo de profesionales del sector salud en un taller de capacitación sobre la COVID-19.
Lo más lejos que tenía era que podía contagiarse con el virus.
Dorka se dedica a la psicología educativa y clínica. Es egresada con honores en ambas carreras y tiene un post grado en psicología clínica. Además, es especialista en psicometría, psicología clínica infantil y terapia de aprendizaje.
Comenzó a sentir síntomas ese día en la mañana mientras se encontraba en el Hospital Rodolfo De la Cruz Lora, ubicado en el kilómetro 28 de la autopista Duarte, en Pedro Brand, participando en ese taller.
Su labor altruista y social la llevó a continuar su faena acostumbrada: ayudar a todo aquel que necesite su mano amiga.
Al salir, fui como de costumbre al pabellón de discapacitados del hospital psiquiátrico, en el mismo entorno, a entregar una donación que llevaba cada mes a ese lugar.
LLegó a su casa cerca de las 2:00 de la tarde. Tuvo una extraña sensación de ardor que le irritaba la garganta, se sentía con fiebre, pero su temperatura era de 36 grados centígrados. “El termómetro no marcaba nada. Hice unas gárgaras y decidí quedarme en casa”.
También, sintió temperaturas muy bajas, necesidad de sol y calor constante. “El agua me la tomaba caliente, todo caliente, estaba pálida, pies y manos fríos y debilidad”.
Pero ya la segunda semana las cosas empeoraron porque le dio mucha tos, dolor en el pecho y dificultad para respirar, que son síntomas que pueden ser mortales.
“Desde el primer día yo me aislé y puse en conocimiento a mi familia sobre la sospecha que tenía. Cuando me realicé la prueba, que dio positivo, les informé. Gracias a Dios no me dejaron ver su preocupación en ese momento”, enfatizó.
Y ahora qué?
A Dorka le impactó mucho haberse contagiado con el virus. Siempre ha sido la columna vertebral, el sostén y apoyo de su familia.
Se preocupó por sus padres, que son adultos mayores. ”Básicamente dependen de mí. Mi papá enfermo, en silla de ruedas; mi esposo tiene una condición delicada de salud y se supone que soy la esperanza de la familia. Me quedé como en el aire y me pregunté ¿y ahora qué?”
Como una forma de alerta y de protección a sus familiares, inmediatamente tomó una actitud responsable ante lo que estaba sucediendo.
“Hice un grupo familiar donde insté a mi familia a mantenerse unida y a apoyarse primeramente en Dios, unos con otros”, señaló.
«Pensé que nunca regresaría»
Aunque se sentía muy mal, trataba de no mostrarlo, hasta hizo un vídeo despidiéndose de su gente, mientras la ambulancia la esperaba fuera de la casa para trasladarla al Hospital Doctor Ramón de Lara de la Fuerza Aérea, en el municipio de San Isidro, Santo Domingo Este.
“Miren que estoy bien, regresaré mejor”. Pero realmente pensé que nunca regresaría, así que dejé todo escrito y ordenado por si no volvía a casa.
Dice que al principio, entendió que llegó al hospital solo a estar allí, pues no había ningún tratamiento, solo le suministraban acetaminofén y antialérgicos.
“Mi cuadro fue empeorando cada día más. Bajé 40 libras, no podía respirar, amanecía sentada. Recuerdo que en dos ocasiones mi ritmo cardiaco empezó a aumentar y desperté en otra habitación con un oxígeno puesto».
El buen samaritano
Dorka hizo varios eventos así, hasta que alguien anónimo donó dos dosis del medicamento llamado Tocilizumab. Destaca que cuando le aplicaron la primera dosis inició su proceso de mejora, después de dos semanas de estar ingresada.
Mejoró, pero continuó con la dificultad respiratoria, menos marcada, ya estando negativa.
“Es indescriptible la angustia, el miedo, la inseguridad, la impotencia que se siente; estar en un cuarto frío, viendo cada día una camilla con una sábana blanca pasarte por el frente, escuchar los gritos día y noche, gritos de dolor y desesperación, lejos de tu familia, de tus amigos, de un ser querido que ponga su mano sobre la tuya y te diga esto va a pasar».
Las únicas personas que veía era el personal médico, a una distancia considerable y totalmente cubierto. Había incluso profesionales de la salud con miedo, y agotados, en algunos casos, porque ellos tampoco saben lo que va a pasar.
Dios me diseñó para estar cerca de la gente. Soy muy inquieta, jamás había estado en casa más de 9 o 10 horas. Aparte de mi trabajo como psicóloga, canto, toco, doy conferencias y hago trabajos sociales. Anhelo con toda mi alma poder trabajar aunque sea detrás de un cristal, y lo haría.
Un tal Guillain-Barré
Pero el coronavirus no vino solo.
Según los médicos que han dado seguimiento a su caso, debido a la descompensación que sufrió por el COVID-19 desarrolló el síndrome de Guillain-Barré, «condición que aún me cuesta aceptarlo y la verdad no sé qué pasará”.
Este síndrome es una afección en la que el sistema inmunológico se confunde y ataca por error el sistema nervioso.
Sin embargo, la fortaleza espiritual y su naturaleza solidaria se imponen y hacen que Dorka mire el futuro con optimismo.
Asegura que cuando rebase esta condición de salud, hará un nuevo acto de gratitud a Dios, por enseñarle a creerle, por guardar su vida y proveerle todo, a pesar de que lleva seis meses enferma y sin trabajar.
Ella lo que más añora, una vez recobre totalmente su salud, es estar con la gente. “Dejar una palabra de esperanza, poner una solución en las manos de las personas que llegan día tras día desesperadas. Extraño ver la sonrisa de los niños, sus besos, sus abrazos, leer sus cartitas y ver sus dibujos que me llevan de regalo”.
Antes de la pandemia
Sus acciones y sueños siempre están motivados a mejorar la calidad de vida de las personas. Al momento de llegar la pandemia estaba trabajando para el Servicio Nacional de Salud, en dos consultorios en centros médicos privados y contratas de trabajo personalizado.
“Tenía en proyecto una serie de conferencias a nivel nacional e internacional enfocadas en la sensibilización del personal de salud y la educación sobre la calidad del servicio que deben dar a las personas que acuden en busca de atenciones”.
Explicó que cuando esto pase, el trabajo será más intenso, pues habrá mayor vulnerabilidad.
“Seguiré cruzando ríos y cañadas detrás de los menos afortunados y si papá Dios me tiene otra misión, aquí estaré lista para ir donde Él me guíe”, dijo emocionada.