Santo Domingo, República Dominicana.- No hay dudas, hemos dado un violento salto cuántico al entrar en el horizonte de sucesos de este agujero de gusanos.

Ni la toma de La Bastilla, en la Francia de 1789, ni las bombas sobre Hiroshima y Nagashaki durante la Segunda Guerra Mundial, ni la propagación de las noticias sobre el Covid 19 al final de la segunda década del siglo XXI, se comparan con el «orden desordenado» de una fiesta de hoy, donde tenemos la impresión de que hay más gente que espacio donde compartir.

En horas tempranas ya están ocupadas todas las localidades que hacen visibles los diversos escenarios; allí se establecen grupos que desparraman sobre aceras y contenes un surtido de bebidas que en la mayoría de los casos pretenden determinar un status económico-social, y al compás de una música sintética que hace loas a Mercurio, reduce la sexualidad de la mujer a su más mínima expresión con los movimientos sugerentes de las zonas pudendas, que se exacerban a medida que aumenta la ingestión del fluido etílico, mientras una densa nube de humo sale de unos dispositivos denominados hookas y vapers que cubren el territorio con su olor característico.

Hay un atestado escenario principal que aguarda la presentación de un cantante o grupo que es esperado con ansias hasta altas horas de la noche; en áreas adyacentes, numerosos sistemas de sonido con una trama de múltiples bocinas, se funden, junto al bullicio de la muchedumbre y forman un solo e ininteligible ruido imposible, sólo apto para oídos de los superdotados predispuestos de este espacio-tiempo.

Dos retretes públicos en una acera con dos filas interminables de apuradas gentes, hacen, a manera de decoración, una serpiente de cuerpos humanos que va aumentando a medida que el ambiente se espesa; la alegría y las sustancias ya hicieron aposento en las cabezas, la hiperquinesia humana se torna entonces un hormiguero asediado por una inteligencia desconocida.

Es impresionante el sacrificio de moverse por horas frente a una tarima, conversar cosas que no se entienden y a lo que muchas veces se dice un «sí» que debió ser un «no», o viceversa, mientras se aguarda el momento en que estalla un reguetón con letras de sexualidad explícita cuya procacidad enciende más a la multitud, o la voz de un DJ, inserta en una sola canción expresiones hedonistas a veces más ofensivas que todas las letras que contiene la canción.

Esta barahunda la completan el cruceteo de tropeles de gente que no encuentra sitio, chocándose por las maltrechas zonas verdes del parque impregnadas ya por un fuerte olor a orina; los contenes y rincones llenos de botellas vacías, y el tránsito con centenas de neveras de mano.

Ojalá y no me encierren en una selección múltiple con el círculo de los desfasados. Me he adaptado más que muchos de mis coetáneos a la vida de hoy pero, entiendo que una fiesta no puede ser una repetición monótona e idiotizada de movimientos procaces ni una mezcla ininteligible de sonidos en muy altos decibeles, y mucho menos un festival de versificación obsceno y prosaico donde lo que más falta hace son la buena música, las buenas letras, las buenas voces.