Santo Domingo, República Dominicana.- Altagracia, una dominicana que emigró a Holanda, fue a residir a La Haya, al oeste de los Países Bajos que se encuentra en la costa del Mar del Norte.
Ubicado al noroeste europeo, el legado cultural de los Países Bajos es el tesoro de obras artísticas como las de Rembrandt y Vermeer, en los mundialmente famosos museos Rijksmuseum y Van Gogh, donde permanecen desde el siglo XVll, la Edad de Oro de la ciudad.
Altagracia -Tati- como le dicen familiares y amigos, tomó la decisión de emigrar allí por los hermosos jardines de Den Haag (La Haya), donde hay más parques y jardines que en Ámsterdam y Rotterdam.
Una de las tradiciones neerlandesas es la bicicleta. Esencial para su gente. Una de sus costumbres más usuales, tanto, que igual la utiliza la nobleza, (el rey, su esposa y sus tres hijas) y toda la sociedad, desde el más pobre al más rico de los holandeses.
De hecho, Holanda es el país con más concentración de bicicletas en el mundo y La Haya está entre las tres ciudades principales de ese país con mayor zona verde. En las estaciones de tren o autobuses hay un amplio espacio para las bicicletas pues las dejan allí si su centro de trabajo o de estudio queda bastante lejos.
Tati vivía en el mismo centro de La Haya y desde allí, mapa en mano y su aventurera disposición de explorar caminos nuevos, hizo su primera ruta en bici. Fue al museo Mauritshuis, a Delf (frente al palacio de la Reina Beatriz, en ese tiempo), a Rijswijk.
Los lagos, canales y puentes de la ciudad deleitaban su vista y su alma. Todo le gustaba, desde ver desfilar a los patitos en los canales y hasta que en el cielo las aves también fueran una detrás de la otra. Se sentía como Alicia en el País de las Maravillas.
A menudo recordada cómo aprendió a montar bici.
Vivía cerca de la Estación Central de Den Haag (La Haya), la tercera ciudad más grande de los Países Bajos, reconocida como la capital judicial del mundo. Luego de cuatro meses allí, entendió que era hora de aprender a montar bicicleta.
Montar bici en Holanda es vital, mucho más si convives con un holandés. Los latinos usan automóviles, tren, metro o autobuses. Cuando Tati vivía con su hermano, nunca vio usar bici a amistades o familiares y en República Dominicana menos, donde generalmente una persona adulta anda en bici si está haciendo ejercicios.
Recién llegó a Holanda su marido le dijo: “Mami, vamos a ir al cumpleaños de mi hermana Simone, prepárate”.
Se puso una blusa elegante, una mini, unas botas altas y un abrigo, por supuesto. El pelo siempre lo tenía bien puesto. Allá eso no es problema. Y gracias a Dios, como no le gusta el maquillaje, solo se puso un poquito de brillo de labios.
De camino pasaron por donde los padres de Jaap, como a 200 metros. Ellos, muy alegres, salieron y saludaron cada uno en su bicicleta, el cuñado con otra y le sacaron una a Jaap. Llena de curiosidad e inquietud, Tati preguntó: «¿Y yo, en qué me voy?
“Oh, en la parrilla, mami”, señaló Jaap, con una amplia sonrisa.
Sin más remedio, y como buena dominicana, Tati se adaptó de inmediato a la situación. Se sentó de lado, cruzó sus piernas y agarró su marido por la cintura. ¡Qué momento! Era digno de grabar en video para la posteridad. Algo nuevo para ella. Ir a un cumple en parrilla!
Disfrutó del paseo nocturno y, aunque se le estaban congelando las rodillas, se consolaba pensando en la «bailá» que iba a dar.
Cuando llegó, le esperaba otra sorpresa: todos estaban en jeans y camisetas. Normal… Gracias al cielo los holandeses no le dieron importancia al verla, pues respetan que cada quien se vista como quiera. La noche avanzaba y de bailar nada, hasta que la realidad le dio fuerte en la cara: nada de baile.
Decepcionada, conversó con Jaap sobre el tema. Esa misma noche acordaron que cuando Tati o Jaap cumplieran años, en el día celebrarían con la familia completa a lo neerlandés y en la noche, la parejita, a lo dominicano en la disco “La Vieja Habana”, a mover el esqueleto al ritmo latino con merengue, bachata, salsa, perico ripiao y dembow.
Pasaron algunos días antes de que Tati se decidiera por aprender a montar bici. Esa dominicana nunca tuvo una. Ni cuando niña recuerda haber visto una en el vecindario. Incluso, pensaba que nunca aprendería hasta que un día intentaba cruzar una calle, en La Haya y le pasó una doñita como de 85 años, corriendo como en un maratón. ”Si ella puede, Tati puede”, se retó.
Así que le dijo a su amado que estaba lista para aprender porque en Santo Domingo para montar bici una a los 30 ya es vieja, «pero aquí soy una niñita de teta”, le manifestó. Pronto comenzaron la lecciones. Poco a poco Jaap fue llevando a Tati. Daba la impresión de ser un padre ensañando a su niñita a montar.
Ya había pasado una semana desde su primera vez en bici. Ese día Jaap le llamó por teléfono y le dijo “baja mami, ven a ver un regalo”. Salió del departamento corriendo y vio una bici nuevecita de paquete, con siete cambios, de buena calidad y bien bonita.
Se comió a Jaap a besos. Saltó de alegría porque con esa bici se perfeccionaría. Ya había aprendido a pedalear sin caerse, pero aun no sabía doblar y en cada semáforo se desmontaba y cruzaba a pie.
Al otro día, domingo, fueron de paseo al parque Scheveningse Bosjes, que posee una infraestructura especial, con colinas, huertos, senderos peatonales, caminos para ciclistas y jinetes. Jaap dejaba que Tati se adelantara, para darle riendas sueltas, practicando frenos y velocidades, subió una loma y puso los cambios para subir, lo hizo rápido y fácil, pero no supo o no hubo tiempo para poner los de bajar.
Se deslizó cuesta abajo y solo atinó a abrir las dos piernas y la boca, de donde salió un gran grito, como una sirena de ambulancia, a la cual todos abrían paso en sus bicicletas. Ella solo veía el final del camino donde cruzaba una calle. El final fue aparatoso. Cuando se vino a dar cuenta yacía en unos matorrales.
Vino a tomar consciencia en el suelo, llorando como una Magdalena, gimiendo, con la cara llena de lágrimas y mocos; limpiándose con las manos. Todos se acercaban a ver cómo estaba. Jaap llegó rojito del susto y Tati le reclamó con monosílabos entrecortados, mientras lloraba: “Ves… yo – te – di – je – que – no – sa – bía – mon – tar – bien”.
El la revisó, quitó las ramas, el polvo de su cuerpo y preguntó: ¿Mami, te duele algo?
Ella contestó: “Me pelé la rodilla”. Le pasó la mano y la miró con ternura. Agarró la bici, que quedó bien por suerte. Tati lloró un poco más, pero solo unos minutos.
Justo al cruzar la calle había una caseta de helados italianos. Jaap le preguntó: ¿Mami quieres un helado de yogurt con limón? -¡No quiero!, respondió aun enojada.
De todos modos él fue y compró dos barquillas para ella y una para él y cuando Tati las vio de frente, las cogió y comenzó a lamer. Desde ese momento cambió como niño cuando le dan un caramelo, se sintió muy a gusto y se fueron caminando riendo y conversando acerca de lo sucedido y de la belleza indiscutible del paisaje.
Cruzaron por un terreno lleno de amapolas que crecieron como hierbas muy hermosas. Más adelante del largo recorrido entraron al Haagse Bosch o Bosque de La Haya. Fueron al jardín japonés y se detuvieron en una caseta de Haren, unos arenquitos tiernos que se comen crudos con limón y cebolla.
Luego de aquella experiencia, la joven novata aprendió a mirar y entender los mapas. Y andaba enderezando calles y doblando esquinas por doquier. Fue a la playa Scheveningen, a la biblioteca, (donde le prestaban nueve libros durante dos semanas); a los museos, La Real Pinacoteca Mauritshuis, a la piscina y al Zuiderpark.
Su caída no la intimidó, sino que al contrario, aprender a montar bici se convirtió en un reto para ella y aprendió sumamente rápido. Desde entonces montó bicicleta con ese sentimiento de libertad al poder disfrutar y llenarse de energía con el ejercicio, sentir su pelo volar, la caricia de la brisa en su rostro, rodeada del hermoso paisaje natural. Recorría La Haya sin absolutamente ningún temor, libre como el viento.