Fotografías: Miguel Soto García

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Él se ufana de que siempre ha trabajado con sus manos y ha cumplido cien por ciento con la ley. Habla con orgullo y humildad, aunque parezca un contrasentido.

A sus 90 años, sus ojos aún brillan. Gran conversador, evidencia de un amplio acervo, Agripín Rodríguez Núñez puede hablar de política, cultura o economía. Hombre de fino trato, dulce y encantadora sonrisa.

Todos perdimos

Primero fue agricultor. Después, ebanista y carpintero, pero lo que más le apasionó fue ser peluquero.

Se destacó tanto, que entre su clientela tuvo el privilegio de contar con el profesor Juan Bosch, cuando era presidente. También, Silvio Herasme Peña, Eduardo García Michel y otras conocidas personalidades de la sociedad dominicana.

Con semblante analítico y dejos de nostalgia, rememora su tiempo con Bosch. Se lamenta: “Yo perdí, todos perdimos con haberse dado el golpe de Estado al profesor Bosch. Para mí, ese Gobierno iba a ser muy honesto. Y yo que estuve en el Palacio durante 7 meses con él, me di cuenta cómo eran las cosas”.

Como Bosch… difícil!

Su experiencia junto a Juan Bosch lo marcó. Duda que aparezca otro más honesto que él. “Yo tengo el recuerdo, tengo una fotografía de él y lo recuerdo para siempre. Era mi maestro en cuanto su forma expresiva. Podía hablarle a usted de cualquier tema. Nunca yo le noté ningún fallo en su pronunciación. Todo era correctamente, un verdadero profesor, un verdadero educador, un verdadero orientador”.

Manzana criolla

Sabía que a Juan Bosch le gustaban los mangos banilejos.  Así, para introducirse con él, Agripín le llevó una caja de estos, a los que don Juan llamaba “manzana criolla”.

Bosch se arreglaba el pelo con un señor llamado Pachó. Lo hacía cada semana porque tenía el cabello un poco crespo, recuerda el nonagenario peluquero.

En una ocasión “me dice un señor que era cliente mío, apellido Lavoe, puertorriqueño, que Bosch mandó a buscar a Pachó para que le arreglara el pelo allá en la misma calle La Trinitaria, donde vivía la hermana de él.

Pachó no apareció y Lavoe le dice a Bosch: Profesor, ¿por qué usted no utiliza los servicios del señor Núñez, que es mi peluquero hace mucho tiempo? Y él le dice: Bueno mándalo a buscar”.

Así inició su relación. “Nos hicimos amigos. Ya él iba a la peluquería Victoria, que yo trabajaba ahí, Palo Hincado esquina El Conde. En una ocasión, cuando él llegó yo estaba cortándole el pelo al doctor Ángel Severo Cabral, que era enemigo político de él, del partido Unión Cívica.

Se paralizó el tránsito… mejor en el Palacio

Cuando Severo Cabral quiso pararse del sillón para darle el turno –ya era presidente electo-, entonces él le dijo: No señor, termine usted, yo espero aquí. Entonces se sienta en un banco, pero hay dos guardias con ametralladoras, cuidando al Presidente, por seguridad.  Se llena la calle Palo Hincado de gente y se paralizó el tránsito porque ya sabían que él estaba en la peluquería”.

Ante esta situación, Agripín plantea al entonces presidente Juan Bosch que prefería ir al Palacio de la Presidencia. “Porque allá hay una peluquería y un sillón que era exclusivamente del Presidente. Él me dijo que sí”.

Un carrito humilde, como el mío

Desde entonces a Agripín lo mandaban a buscar en un carro. “Un carro humilde, el del presidente de la República, parecido al carro mío. Y él me decía: Yo no necesito más carro que ese, porque el presidente de la República debe dar ejemplo”.

“El me cogió mucha confianza. Un día yo no pude ir al Palacio y me llamó que fuera a su casa, y hasta me invitó a comer a la mesa de él, así como estamos nosotros, con doña Carmen y él. Venga compañero –me decía compañero–, para que se desayune aquí con nosotros”.

Solidario, honesto y humano

Entre las cualidades que recuerda adornaban al expresidente, líder político y literato, está la solidaridad, la que ponía de manifiesto con mucha naturalidad.

Relata que cuando hirieron al peluquero Guarionex Rodríguez, en Villa Juana, Agripín se encontró con Bosch visitándolo en El Caimito, de Moca, “porque se enteró que lo habían herido por defender la causa de Bosch. Era una persona muy honesta y humana”.

Agripín Rodríguez Núñez también recordó momentos no tan placenteros, como un día, en Palacio, Bosch estaba sobre un camape, con cierto dejo de tristeza. Hablaron de temas varios, entre ellos, del episodio en El Caimito, cuando allí la hija de Guarionex Rodríguez le llevó unas flores moradas y le pidió poner ese color al Partido.

Dice que solían conversar de muchas cosas: de que la deuda era de 13 millones y él ya tenía 9 para pagar y poder comprar a quien más le convenga; que tenía planes de ir a negociar la presa de Madrigal con la Overseas; que cuando hablaba de la dictadura con respaldo popular no era dictadura, era el cumplimiento de la ley, y que la falta de él tendría sus consecuencias.

Decía “que los que conspiraran contra su Gobierno iban a lamentarse más tarde. Y eso sucedió, porque fíjese la revolución lo que trajo: la muerte, la división…”

El trago amargo de la democracia

En otra ocasión, “íbamos caminando por el pasillo, él y yo. Cuando llegamos a la peluquería nos llevan café y él se lo iba a tomar sin azúcar y yo le dije: Compañero presidente, ¿por qué usted no le echa azúcar al café? Y me dice: Para aprender a saborear el trago amargo de la democracia. Y yo le dije: ¿Y no que la democracia es lo mejor? Dice: Bueno, aparentemente una cosa es de afuera y otra es de adentro. Una es lo que uno piensa que quiere el pueblo y otra lo que se presenta después”.

Tres pesos

Agripín recuerda que ya había un ataque sistemático en contra de Bosch diciendo que era comunista. De hecho, afirma que escuchó lo del golpe de Estado dos o tres días antes, pero que no le dijo nada, asumiendo que su servicio de inteligencia y seguridad lo haría.

“Pero ya yo lo sabía porque un señor llamado Del Monte Urraca lo ofreció. Iban a hacer una huelga patrocinada por la Iglesia Católica y la Unión Cívica para que paralizaran el comercio, entonces le iban a dar tres pesos a cada peluquero para que dejara de trabajar”.

A capa y espada

“Se dijo que yo había aceptado 20 mil pesos para esa causa”, dice con evidente indignación aun. Para salvar su honra convocó una asamblea general del sindicato de peluqueros con carácter de urgencia, en la que se esclareció que fue el propietario de la barbería y no él quien aceptó el dinero.

Los más de mil miembros del sindicato presentes le tributaron un aplauso y le confeccionaron un pergamino al mérito. “Me declararon entonces vitalicio en la institución, por mi honradez”.