Fotografías: Johnny Rotestán

Santo Domingo, República Dominicana.- Lisbeth vive en parte atrás. Tiene un cuartito con una cama, un televisor, un mueble y algunos utensilios de cocina sobre una mesita. Fuera de esas cuatro paredes, está el lavadero y el baño, los cuales comparte con sus vecinos.

En ese pequeño espacio, en el populoso barrio de Villas Agrícolas, está viviendo una de las mejores etapas de su vida, aunque suene insólito.

Madre soltera. Allí, en ese rinconcito, vive con sus cinco hijos Joan Alberto, de 16 años; Miguel Ángel, 14; Jessica Lisbeth, 12; Enrique Antonio, 9; y Omayra Lisbeth, 6.

Ellos, dice con vehemencia y vigorosos ademanes, son la razón de que aún respire. De que se haya transformado en la mujer que es hoy.

A Lisbeth Zabala la palabra resiliencia le queda pequeña. Superó la más inconcebible miseria. Rompió las cadenas de la ignorancia.

Lo hizo primero por ella, porque entendió que su vida no era aquél hombre que la abandonó allá, en La Laguna, con sus cinco hijos; luego por ellos, para que tuvieran un ejemplo de superación tan palpable, que nunca, pero nunca, nunca, les quedara la menor duda de que sí se puede vivir en mejores condiciones, haciendo lo bien hecho y estudiando.

Lisbeth pronto será abogada. Tiene 42 años y se alfabetizó hace apenas siete.

Desde que aprendió a leer y a escribir con el programa Quisqueya Aprende Contigo, no se ha detenido en busca de su crecimiento personal y profesional.

Cursó el bachillerato en Prepara y estudia Derecho en la Universidad Dominicana O & M. En la actualidad, es pasante en el departamento de Digitalización de la Suprema Corte de Justicia, donde, asegura con entusiasmo, está aprendiendo mucho.

Sacrificio, valor y determinación

Para llegar a esta etapa de su vida, la cual asegura es solo un peldaño más en sus planes de crecimiento, Lisbeth ha tenido que sacrificarse mucho.

Oriunda de San Juan, llegó a la capital con apenas 13 años como pareja de un policía del que se enamoró en Villa Altagracia, donde residía con su familia.

“Él era un hombre mayor que yo. Yo vivía en un mundo que creía feliz. Empecé a tener los hijos. Me quise planificar, pero la mamá de él era una mujer cristiana y no le gustaba la planificación en su casa. En fin, que me embaracé cinco veces y tuve mis hijos con él”.

Mantiene a su prole con lavados y servicios domésticos. Estudió de noche.

Tuvo episodios de depresión y desesperanza, pero en su estado de desamparo emocional y espiritual encontró apoyo en organizaciones barriales y en sus nuevos vecinos.

Me he superado bastante

“Después que él se fue me he superado bastante”, afirma satisfecha.

“Yo era analfabeta, no sabía leer ni escribir. Pero empecé a acercarme a algunas entidades. Fui a la fundación Abriendo Camino. Había una española en ese tiempo. Ella habló conmigo y me motivó. Me dijo que me pusiera a estudiar”, relata.

Sus ojos brillan. Sus cejas se arquean. Mueve la cabeza de arriba hacia abajo.

Lisbeth empezó a visitar la parroquia San Mateo, que contaba con un programa de alfabetización al cual asistía con intermitencias. Aducía que su prioridad era producir dinero para la manutención de sus vástagos.

Pero también confesó sentir vergüenza. Era objeto de burla de parte de algunas personas y eso hacía que se desmotivara y dejara de ir a las sesiones de clase.

Quisqueya Aprende Contigo

Se mantuvo así, hasta que llegó Quisqueya Aprende Contigo, que también entró a operar en coordinación con la parroquia.

Dice sonriente que el personal del programa no solo la ayudó a completar su proceso de alfabetización, sino que además contribuyó a fortalecer su autoestima y sus relaciones interpersonales.

“Hablaban conmigo. Incluso, me ofrecieron hasta ayuda sicológica porque yo me mantenía nerviosa. Me sentía triste. Yo pensaba que el mundo se me había acabado cuando ese hombre me dejó, porque pensaba que no tenía nada. Me sentía desamparada, sola, desubicada. Pero gracias a Dios seguí hacia adelante y aquí estoy. Y yo sé que todavía puedo dar más”.

Así se forjó su primer grupo de amigos y, más que eso, un grupo de apoyo, pues compartían sus problemas, una experiencia nueva y enriquecedora para Lisbeth, porque cuando vivía junto al padre de sus hijos, él la mantenía aislada.

Prepara

El paso siguiente fue la educación formal. Lisbeth se hizo bachiller con el programa Prepara.

“Tengo aquí los papeles, los certificados. Mi índice académico fue excelente. Me tiraron la foto, mírala ahí, fue en 2015 que me gradué de bachiller”, manifiesta con orgullo, mostrando el legajo de papeles que, –se lamenta–, ha sufrido un poco de deterioro por estar expuesto a algunas goteras en su techo.

Con una beca, Lisbeth Zabala pudo estudiar Derecho y está realizando una pasantía en la Suprema Corte de Justicia.

Su vida, aunque ha dado un salto cualitativo gigantesco en lo espiritual, emocional y profesional, continúa con serias limitaciones materiales.

“Estoy en la Suprema, entonces cuando vengo, a veces tengo tanto trabajo!” Suspira y señala al lavadero: “Mira toda esa ropa que tengo que lavar, hoy o mañana”.

Lo hace a mano! Ella no tiene lavadora. A veces, cuando es demasiado ropa, alquila una máquina por cien pesos.

Un empleo

Lisbeth no pierde la fe. Entre sus metas está conseguir un trabajo en el que, además de continuar fortaleciendo sus competencias profesionales, devengue un salario digno con el que pueda elevar la calidad de vida de su familia, incluyendo a su madre, que vino a vivir a la capital y la ayuda quedándose con los niños cuando ella debe trabajar.

“No quiero que me den una ayuda de dinero. Yo siempre he trabajado duro. Pero sí quiero un empleo con el que por lo menos pueda dignificar un poco mi familia y mi vida. Yo no quiero a nadie que me dé nada. Yo quiero tenerlo, pero con mi esfuerzo”, dice en tono enérgico.

Cuando llegue ese momento, será ella quien se ofrezca a dar las charlas de motivación para las que ha sido requerida por Prepara.

Ya ha impartido dos charlas, sin embargo, piensa que su testimonio será más contundente cuando sea ejemplo vivo de que todo ese esfuerzo y metas alcanzadas dieron su fruto.

“Yo sigo lavando… es más, tengo más trabajo que antes, porque ahora tengo que conseguir dinero para pasaje para estudiar. Eso es para mi beneficio, yo lo sé, y para darle un buen ejemplo a mis hijos, para romper ese círculo que nos tiene atados a la pobreza,” analiza, tratando de encontrar la razón por la cual, a pesar de todo su empeño, no ha podido conseguir un empleo.

Vale la pena

Mucha gente le dice que su sacrificio no vale la pena. Que por su edad no le van a dar trabajo en ninguna parte. Mas, de forma asertiva, Lisbeth sostiene que de ser así, por lo menos tendrá el título y se lo mostrará a sus hijos como evidencia de que si ella pudo, ellos también pueden.

En ese sentido, confirma con el movimiento de casi todo su cuerpo que sus hijos están estudiando. “Aquí eso es lo que tiene que reinar porque es que mira cómo es que yo me estoy sacrificando. Mira el ropero que tengo que lavarle a la señora de ahí de la esquina y eso es para yo darles comida mañana. Esta mañana me levanté a la cinco y media a prepararles desayuno, para irme a las 6:20 que viene la guagua de la Suprema a buscarme”.

Conversa con ellos sobre el tema, sobre todo con el mayor, a quien define como un buen muchacho, que la ayuda mucho. Hoy recuerda con gran satisfacción que antes era él quien debía firmar los papeles por ella.

Lisbeth Zabala sueña con fortalecerse en su carrera y mudarse a un lugar más cómodo con sus hijos. Está convencida de que lo va a lograr. De hecho, hace el ejercicio de visualizar ese momento. “Yo sé que lo voy a lograr, yo sé que sí”, reafirma.