Santo Domingo, República Dominicana.– Lo veíamos venir. Durante la cuarentena pasada en ocasiones conocimos algunos casos de gente que, yendo en contra de las disposiciones de nuestras autoridades, tuvieron la «grandiosa» idea de congregarse -no importa para qué- a escondidas.
Y si lo hacían bajo el estado de emergencia, al finalizar este fue como si se liberaran los demonios.
En los barrios más populosos se aglomeraban decenas de personas en los famosos colmadones y «drinks», sin mascarillas, salvo contadas excepciones. Supimos de un lugar donde la policía tuvo que utilizar bombas lacrimógenas para dispersar la multitud que se encontraba en uno de esos establecimientos.
También se celebraron muchos cumpleaños y actividades familiares masivas en fincas y clubes. Es decir que la sin razón se apropió igual de gente de clase media y alta.
Y, lamentablemente, solo hace falta un positivo al coronavirus para que de esos agradables momentos salgan decenas de contagiados.
En estos grupos de irresponsables hay tontos, ignorantes y suicidas. Personas a quienes les falta algo en su vida o tienen problemas profundos de personalidad y autoestima.
Los tontos caerán por su debilidad de carácter y baja autoestima, por dejarse arrastrar de otros; los ignorantes caerán porque se creen dueños de la verdad absoluta y aducen que las autoridades exageran por algún motivo y los suicidas caerán porque aun conociendo la gravedad de la situación, hacen caso omiso a cuidarse asumiendo que a ellos no les tocará.
Como es normal en este tipo de irresponsables, después del «palo» dado siempre quieren encontrar un culpable.
Lo peor es que su irresponsabilidad daña a otros. Esos que por necesidad deben asistir a sus centros de trabajo o salir a alguna diligencia en bancos o supermercados. Que deben usar el transporte público y que, cuando menos lo imaginen, estarán contagiados por algún lapsus o descuido.
Ya se habla de que el sistema de salud ha colapsado.
Los afortunados se toparán con un personal médico agotado, agobiado y estresado, que por más que quiera, no podrá rendir igual o quizás, no estará en condiciones sicológicas y emocionales para sonreir o pronunciar alguna palabra de aliento.
Posiblemente tampoco tengan a su disposición los insumos necesarios. No quisiera estar en sus zapatos.
Recientemente he estado viendo muchos videos en redes sociales y hay uno cuyo mensaje retrata con fidelidad la actualidad: «Sálvese quien pueda».
Pero dentro de todo este sombrío panorama aun soy optimista. Pienso que podemos superar esta situación con un poco de conciencia ciudadana. Que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad individual y que seamos respetuosos de las disposiciones establecidas, porque si se impone el sálvese quien pueda, no habrá salvos.