Río Limpio, Elías Piña, República Dominicana.- Sentía un agradable vaivén en su cuerpo, acostada de espaldas sobre un saco de azúcar.

Iba en la cama de un camión cargado de comestibles. Comenzó a percibir el característico olor a hierba campestre y a estiércol de caballo, mientras la brisa acariciaba su rostro.

Completamente relajada, sus ojos se deleitaban al ver pasar lentamente las cúspides de frondosos árboles, y más arriba, copos de nubes que se deslizaban como burbujas blancas, bajo un intenso cielo azul turquesa.

Mercedes tomó esta foto desde la cama del camión.
Capturando el cielo desde la cama de un camión.

Hermosa y apacible estampa natural que disfrutaba durante el recorrido ascendiendo a 900 metros sobre el nivel del mar, para llegar a Río Limpio, provincia de Elías Piña, al suroeste de República Dominicana.

Una de las áreas del hospedaje.

Mercedes, una capitaleña, profesional y ya entrada en los “ta”, prefirió pasar su natalicio entre flora y fauna, pues ama la naturaleza. Así, llegó a Río Limpio, entró al hospedaje, dejó el equipaje y se dispuso a caminar por el lugar.

Montaña Nalga de Maco, en Río Limpio.

Caminaba lentamente mientras escuchaba el susurrar de las hojas, el cantar de las cigarras y los gallos. Miraba el apacible escenario, un pequeño valle rodeado de montañas altas y verdes, como «La Nalga de Maco».

Frente a ella cruzó un niño corriendo descalzo, jugando con tubos viejos de bicicleta haciéndolos rodar con una cachimba. Otro infante jugaba al caballito sobre un palito de escoba.

El chico goza con su caballito de palo.

Mecho, como apodan a Mercedes, continuó su recorrido por las estrechas e inclinadas callejuelas. Vio un anciano sobre la montura de su caballo, quien luego de saludarla se adentró por una ascendente ladera, rumbo al conuco.

En su paseo matutino observó un joven «majando» café, y más adelante a una doña que estaba sacudiendo arroz, haciéndolo saltar desde una batea. Luego se dispuso a majarlo en un pilón. Mecho se sorprendió porque hacía tiempo que no observaba a nadie en esa faena.

Aquella dama se llama Colasina. «Este será el almuerzo de hoy», le dijo a Mecho, respondiendo su curiosidad sobre el destino final del cereal.

«Eres bienvenida a comer con nosotros, siempre echo uno o dos platos demás. No hace falta que pagues», le manifestó con la cortesía y hospitalidad que caracteriza al dominicano, sobre todo en el campo.

Mientras Colasina encendía los fogones con leña, Mercedes se dedicó a hablar con uno de sus hijos. Quería saber cómo llegar a La Cascada de Río Limpio.

Doña Colasina limpiando arroz de pilón.

El joven le dio tres opciones para hacerlo: en motor, a pie o en «bestia».

Esta última expresión sorprendió a Mecho. No sabía que en esos lugares llaman así a los animales como yeguas o mulas.

¡Aah! contestó. Pues me voy en esa bella bestia, refiriéndose a la mula que le había señalado el hijo de Colasina momentos antes.

Tras el almuerzo, Mecho y toda la familia anfitriona se sentaron bajo los árboles de una pequeña parcela a conversar y conocerse mejor, hablando del lugar, su gente y la procedencia de la turista citadina.

Después de reposar el almuerzo, junto a Mercedes salió una comitiva integrada por María, hija de Colasina; su marido y su hermano, para acompañarla hasta la cascada de Río Limpio.

Compartiendo en el patio.

Como era su primera vez, los dos fuertes jóvenes tuvieron que cargar y subir a Mercedes sobre la bestia. Ella iba sola, aunque ayudada por uno de sus acompañantes que, a pie,  guiaba el animal. En un caballo iba su nueva amiga, María, una joven alegre y gentil. Mecho se sentía en armonía rodeada de naturaleza. Realmente feliz con los nuevos amigos que el destino le había deparado.

Durante el ascenso le dieron técnicas para que se inclinara hacia atrás o hacia delante, según la bestia subía o bajaba las lomas, instrucciones que seguía cuidadosamente para no caer «como una guanábana». Agarraba bien de la soga y le pidió a la Divinidad que «metiera sus manos», pues era un camino angosto y difícil.

Esta cadena de montañas pertenece a la Cordillera Central. de República Dominicana.

Como estaba tan contenta comenzó a cantar a todo pulmón la canción del burrito sabanero: “Con mi burrito sabanero voy camino de Belén, si me ven, si me ven, voy camino de Belén»… Los acompañantes solo se reían, muy probablemente por el contraste entre su desentonada melodía y su alegre risa.

Luego de hora y media subiendo, amarraron los animales en un árbol desde donde no se veía la cascada, pero sí el agua del río. Entre los dos caballeros la ayudaron a bajar por la pendiente hacia la cascada. La sostenían uno por cada mano. Iban como cuando llevan a un no vidente, pisando lenta y suavemente la hierba. De vez en cuando Mercedes resbalaba y gritaba. Luego soltaba una de sus características carcajadas que resonaban como eco por todo alrededor.

Luego de 20 minutos estaban a orillas del río, de espaldas a la cascada. Cuando Mercedes giró y la vio no pudo contener su asombro. Una cortina de agua cristalina se deslizaba desde la cima. Era una montaña color gris oscuro, de alrededor de 14 metros de altura.

Una parte debajo de la cascada donde se puede nadar.

Sin pensarlo, Mercedes se sumergió en sus frías y refrescantes aguas y allí pasaron horas escalando, tirándose, chapuceando, jugando y nadando junto a otras jovencitas y niñas que también se deleitaban en el lugar.

Cuando llegó el momento de subir, sus guías debieron asistirla. Mercedes «gateaba». Entre los tres acompañantes la empujaban hacía arriba. Al llegar al árbol donde habían dejado los animales Mecho se tendió boca arriba a respirar.

Para colmo, comenzó a lloviznar. El camino se hizo resbaladizo. Era subir un poco y resbalar un rato, pero como el dominicano de todo hace un «can», a Mercedes se le salieron las lágrimas de la risa y hasta perdió el control de sus esfínteres.


De repente, la lluvia se convirtió en tormenta y Mecho, como en automático, comenzó a cantar: “La playa estaba desierta, el mar bañaba tus pies, cantando con mi guitarra para ti María Isabel…”


Aunque el aguacero no dejaba escuchar su alegre voz, sus resonantes carcajadas sí hacían competencia con los truenos y relámpagos.

Pese a aquel gris panorama Mercedes era muy feliz. Para ella, ese escenario era también parte de la naturaleza y le provocó la grata y extraña sensación de estar en la cima del mundo, aunque pareciera que se estaba acabando.

Pasado el diluvio, fue propicio el momento para festejar el cumpleaños de la alegre turista.

Parque de Río Limpio.

Fueron al pequeño bar Centro Plaza Los Guineos, donde la pasó de maravilla hasta las tres de la madrugada bailando perico ripiao, bachata, merengue y hasta salsa, con los jóvenes de allí a quienes reconoció sus dotes de bailadores.

Aunque exhausta, Mercedes estaba satisfecha de haber celebrado así su aniversario de vida.

El amanecer desde la ventana del hospedaje.

Al amanecer desayunó con una taza de café de pilón con leche de vaca de granja, yuca del patio y huevos criollos fritos. Pensaba que estaba en el paraíso. Degustaba su manjar en una cocina de madera, frente a una amplia ventana bañada por cálidos rayos de sol, desde donde se apreciaba un campo virgen repleto de naranjos, plátanos, candongos y limones.

Para el almuerzo, la peculiar turista aportó una gallinita criolla que en manos de María, cocinera innata, quedó guisada, como exquisitez para acompañar el arroz recién majado y las habichuelas tiernas que conformaban el menú del día, junto a su respectivo guineo maduro y aguacate.  !Ah! y su «moño» de concón al lado.

En la tarde se subieron en la parte trasera de un camión y fueron a bañarse el río Artibonito, el más largo de la isla, con 321 kilómetros de longitud y que República Dominicana comparte con Haití. Este río nace en la cordillera Central y sus aguas son aprovechadas por ambos países.

Se detuvieron en un lugar apacible, donde el agua fluye en calma. Es un tramo de 15 metros, sin rocas en medio y con parte bajita. Se divirtieron por horas jugando como niños.

Se subían todos sobre un tronco de unos ocho pies de largo y lo impulsaban hasta encontrar corriente que lo moviera, momento en que los hombres trataban de voltearlo y hacer que todos cayeran al agua. La risa del grupo era contagiosa. Así pasaron la tarde.

Disfrutando de uno de los ríos más caudalosos del país, «Artibonito»

Ya en la casa, les esperaba una cena con las jaibas más grandes y deliciosas que Mercedes había probado.

El agotamiento y la relajación que brinda la felicidad, hicieron que durmiera plácidamente esa noche, pero antes de ir a la cama se recostó sobre la grama y se dejó envolver por un manto de miles de estrellas, las que contempló extasiada por un buen rato.

Su mejor regalo de cumpleaños fue la emoción de escuchar fuerte y nítido el palpitar de su pecho. Nunca le había sucedido algo así, ni siquiera cuando estuvo en la cima de Myohyangsan, en Corea, donde se siente un silencio reverente.

Estar allí es como sentirse cerca del cielo.

Ella, que ha viajado por 16 países de tres continentes y ha recorrido gran parte del territorio nacional, dice que no cambiaría su vivencia por nada. Ya han pasado 10 años desde la primera vez que fue a Río Limpio y siempre retorna allí a revivir la grata experiencia de escuchar sus vigorosos latidos en el mismo corazón de la montaña.